Uno de los pilares de la historia argentina contemporánea, al marcar el retorno definitivo de la democracia, fue la asunción presidencial de Raúl Ricardo Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983. Hoy se cumplen exactamente 40 años desde que el hombre de Chascomús llegaba a la Casa Rosada. Nos resulta necesario realizar el inventario de los enormes problemas que Argentina enfrenta, sobre todo en el orden económico y social.
En estos cuarenta años, los argentinos eligieron ocho presidentes en diez elecciones democráticas: Alfonsín (1983), Menem (1989 y 1995), Fernando de la Rúa (1999), Néstor Kirchner (2003), Cristina Fernández (2007 y 2011), Mauricio Macri (2015), Alberto Fernández (2019) y Javier Milei (2023).
Durante los últimos años se multiplicaron las voces de alarma respecto de la salud de nuestras instituciones democráticas. Nuestro país viene sufriendo una crisis político-institucional muy severa desde hace tiempo, que explica la decadencia económica que vivimos desde hace décadas y el desastre en términos sociales.
Las instituciones públicas débiles y sin rendición de cuentas han creado un terreno fértil para el crecimiento de la corrupción y de viejas artimañas en la política. Estos son algunos de los problemas que más preocupan, junto con la economía y la inseguridad.
Argentina es un país extraño y no tiene una explicación desde el punto de vista lógico. Durante 16 años la sociedad buscó soluciones en las mismas personas que crearon los problemas. En las últimas elecciones quedó demostrado una vez más, cuando el kirchnerismo -que llevó como candidato al mismo ministro de Economía que agravó en un año todos los indicadores económicos- estuvo a solo un 3,3% de ganar en primera vuelta.
Insólitamente, pese a llevar la inflación a cifras que hoy no padece casi ningún país del mundo, a un creciente desabastecimiento (de insumos industriales y médicos, entre otros) y a una virtual parálisis de las inversiones, el clientelismo le permitió a Sergio Massa ganar las elecciones generales y llegar al balotaje.
Da la sensación que los argentinos se han acostumbrado a romantizar la pobreza. Por un lado, la inflación es una de las más altas del mundo y actualmente supera el 140% interanual. Los indicadores para los próximos meses son muy desalentadores, ya que la inflación mensual del primer trimestre de 2024 se situaría entre el 25 y 40%.
El peor índice inflacionario desde 1991 ha llevado a que el 44,7% de Argentina sea pobre y la indigencia alcancé el 9,6% de la población. Un tercio de los trabajadores no recibe ingresos suficientes para cubrir la canasta básica total. Uno de cada cinco habitantes del país vive en situación de inseguridad alimentaria, el peor registro desde 2005. Seis de cada 10 menores de 17 años viven bajo la línea de la pobreza.
Durante décadas destruimos riquezas, fuentes de innovación y motores del desarrollo. Frustramos vocaciones y proyectos asociativos que en otros países encuentran condiciones favorables para prosperar. Formamos profesionales y líderes que, hace tiempo, prefieren anclar sus proyectos de vida en otras latitudes, siendo récord la cantidad de jóvenes que tramitan la doble ciudadanía y migran a otros países.
Por otra parte, la formación educativa es una de las peores del mundo, cuando Argentina supo tener una de las mejores de la región. Solo el 16% de los argentinos, es decir 1 de cada 6, logró completar estudios terciarios o universitarios. En ese ranking se ubica en el puesto 36 entre 44 naciones que fueron incluidas en el listado.
Definitivamente el bajo porcentaje de graduados es esperable dada la situación general del país. A mediados de los 1950, 1 de cada 3 estudiantes universitarios en América Latina era argentino. Por ejemplo, en Chile, durante el último año se graduaron 159.000 profesionales y en Argentina, 132.000. Un dato llamativo teniendo en cuenta que la población chilena es la mitad que la nuestra. De hecho, solo 6 de cada 10 de los nuevos inscriptos llega a completar el primer año universitario. Luego, con el correr de los años, la matrícula continúa en caída hasta cifras muy bajas de obtención del título.
Argentina continúa cayendo en el ranking educativo mundial del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA), que se les realizó a más de 12.000 alumnos de 15 años de 457 escuelas públicas y privadas de todo el país. De los 81 países evaluados, nuestro país quedó en el puesto 66, en matemática; en el 58, en lectura; y en el 60, en ciencias. El 72,9% de los estudiantes argentinos no lograron los niveles mínimos de desempeño en matemática. En tanto, en lectura y ciencia, son 5 de cada 10 alumnos los que no alcanzaron los niveles básicos.
En la franja etaria de 25 a 29 años, el 23,8% no estudia ni trabaja (Ni-Ni). Entre aquellos jóvenes que no lograron terminar la secundaria, un 35% no estudia ni trabaja, mientras que el 61% solo trabaja y el 3% continúa estudiando. A medida que asciende el nivel educativo, baja el porcentaje de “Ni-Ni”. De los que alcanzaron secundario completo, el 28% tiene esa condición, el 70% trabaja y el 2% sigue estudiando. De quienes consiguieron un título terciario, apenas el 9% se encuentra en situación de “Ni-Ni”, el 40% trabaja y el 50% sigue sus estudios.
Al comparar el porcentaje de Ni-Ni con el resto de países, la Argentina ocupa el lugar 31 de los 38 países incluidos en el listado. El ranking lo lidera Países Bajos con apenas el 4,6% de jóvenes que no estudian ni trabajan, mientras que en último lugar se encuentra Sudáfrica con el 44%.
Nuestro aparato estatal es incapaz de brindar bienes públicos esenciales a pesar de que Argentina es uno de los países con mayor carga impositiva en el mundo y el primero cuando se lo compara con las 30 naciones que componen el 86% del PBI mundial. Carecemos de moneda como consecuencia de la eterna inflación y la devaluación, que han llevado a la sociedad a proteger sus ahorros en dólares.
Desde hace tiempo se observa una clase política que carece de recursos hasta para garantizar la defensa de la Nación y la seguridad ciudadana. Un país con el narcotráfico haciendo estragos en Rosario (más de 228 homicidios dolosos en lo que va del año) y controlando sectores humildes del conurbano de Buenos Aires. En 2022, Rosario terminó con una tasa de homicidios dolosos de 22,1 cada 100 mil habitantes. Ese registro quintuplica la tasa nacional de 2021.
Con altos índices de inseguridad, que también ha escalado en violencia. Desde entraderas, robos de vehículos o perder la vida por una billetera, un celular o un par de zapatillas. La puerta giratoria para los delincuentes también se ha convertido en un vox populi. Desde 2018, el gobierno rechaza el proyecto de ley de bajar la imputabilidad a 14 años o instalar inhibidores de señal en las cárceles. Los políticos, al menos los que siempre gobernaron el país, son cómplices.
Es un país sin fronteras y los ejemplos son innumerables. Desde el avión venezolano-iraní aterrizando en aeroparque a pesar de haber sido denunciado por Estados Unidos, el caso Wilson y la maleta de los millones de dólares, la pesca ilegal –pero permitida por el kirchnerismo- de buques chinos devastando el mar argentino, la base militar china operando en Neuquén o la controversial base que se pretendía instalar en Tierra del Fuego.
Argentina es el país donde Facundo Molares Schoenfeld, un terrorista con pedido de extradición de Colombia por su accionar en las FARC y acusado por secuestro extorsivo, rebelión y terrorismo, se dedicaba impunemente a hacer manifestaciones en el Obelisco. Lejos de ser detenido, dejó de ser una amenaza al descompensarse y morir en plena protesta.
La calidad de nuestro liderazgo es generalmente patética: atornillados a un cargo político, obsesionados con el poder, desatendidos de los problemas sociales, ignorando elementos básicos de economía política local e internacional y hasta cambiando de color político para sobrevivir en la clase política. Siempre son los mismos nombres y la lista es interminable.
Hoy asume un nuevo gobierno. Los argentinos optaron por el cambio y en Javier Milei han depositado sus esperanzas. Un presidente que, al mismo tiempo, es una incógnita, porque nunca gobernó. ¿Qué nos pasó? Nos pasó el fracaso de una dirigencia política enroscada en lo suyo.
Desde hoy se pone en juego la última carta de una ciudadanía que quiere enterrar para siempre los viejos vicios que han sumergido a un país en la decadencia. De lo contrario, como describe el monólogo de Federico Luppi en la película Martín Hache (1997), Argentina seguirá siendo una trampa. Una trampa que te hacen creer que esta vez puede cambiar.