‘Prometeo encadenado’ es una obra clásica que relata el castigo que Zeus impone al titán Prometeo por la audacia de haber robado el fuego sagrado del Olimpo (símbolo del conocimiento y el avance de la civilización) y habérselo entregado a la humanidad. Con este acto, les otorgó la capacidad de transformar su mundo, desafiando los límites impuestos y alzar a los seres humanos por encima de su condición inicial.
Hoy, con el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), se replica, de alguna forma, aquella tensión entre el poder y el conocimiento con la que Prometeo desafía a los dioses. Con el paralelismo que se traza entre la mencionada tragedia griega y el vertiginoso crecimiento digital actual, se pueden poner en tela de juicio las fronteras entre los avances tecnológicos y los costos éticos ante dicho progreso.
La IA parece tener respuesta para todo, e incluso muchas personas ya están recurriendo al ChatGPT como si fuera un terapeuta y esto ya está preocupando a muchos profesionales de la salud mental. En este marco, surge el debate sobre el uso de la IA como terapia psicológica. ¿Hasta qué punto puede o debe implicarse la tecnología a problemáticas privadas relacionadas con la salud mental? ¿Puede este nuevo tipo de relación tecnológica ser beneficioso para las personas?
Ante esta revolución, aparece con ella el resquemor natural frente a lo desconocido, y también a la velocidad con la que estos cambios se producen, casi sin dar respiro. No hay pausa para procesar un futuro tecnológico que está siempre pisando nuestros talones y poniéndonos constantemente a prueba.
A su vez, se crea el temor frente al posible reemplazo de la labor humana. Miles de puestos de trabajo en riesgo. Se dice, casi sin anestesia, que la IA viene a suplantar al ser humano en diferentes áreas porque va camino a superar ampliamente las capacidades humanas. Este discurso se enmascara bajo la idea de progreso. Es un arma de doble filo que puede traer consigo sombras y consecuencias.
Una sociedad más aislada
En este sentido, desde el plano de la salud mental, comienza a ganar terreno la idea de que la IA puede brindar asistencia psicológica. Sin ir más lejos, ya existen en el mercado numerosos chatbots, orientados a ofrecer servicios terapéuticos. A través de prompts (indicadores o preguntas), muchas personas reciben consejos de vida, buscan acompañamiento emocional e incluso comienzan a utilizarlos como reemplazo de una terapia psicológica.
Hay quienes relatan como positiva la experiencia, argumentando alivio al sentir que alguien los escucha y le da respuestas inmediatas, el llamado ‘terapeuta de bolsillo’.
En una sociedad cada vez más aislada y ensimismada, no sorprende que estas nuevas formas de “interacción emocional artificial” empiecen a ganar terreno, reforzando el individualismo y la falta de contacto real entre personas.
Desde hace tiempo, como consecuencia de la comodidad de las videollamadas, los mensajes de texto, los audios y las redes sociales, el ser humano comenzó a reducir la interacción social. Ahora, con la intromisión de la IA, las personas ya han comenzado a “vincularse” con un ente no humano.
Entre los argumentos a favor sobre el uso de IA como posible reemplazo de la terapia convencional se encuentran: la accesibilidad, rapidez y disponibilidad. Un chatbot está disponible las 24 horas, en cualquier momento y lugar, listo para responder con cordialidad y sin juzgar. Otra ventaja es la posibilidad de interacción desde el anonimato, evitando la ansiedad o el miedo de abrirse ante el terapeuta. A esto se le suma, como dato no menor, su lado económico, ya que no requiere pagar sesiones programadas.
Sin embargo, que esta tendencia crezca, y que algunos usuarios cuenten experiencias positivas, no implica que esa sea la realidad completa. Tampoco hay que ser totalmente escépticos, pues la demanda existe y se impone con fuerza.
Pero, una cosa debe quedar clara: que una IA pueda mantener charlas orientadas al bienestar emocional, no significa que esa interacción sea comparable o equivalente a una terapia profesional humana. La terapia es otra cosa. Y relacionarse con la tecnología no es lo mismo que vincularse.
Uno de los elementos más importantes dentro de un proceso terapéutico se construye a partir de la relación entre dos personas y la conexión humana que se genera. Un chatbot, en cambio, funciona como una especie de espejismo de contención, como una extensión del propio yo. Están diseñados para responder de forma condescendiente a lo que se dice, produciendo así un eco de los propios diálogos internos, pero sin un verdadero ejercicio crítico.
La importancia del vínculo humano
Si bien pueden organizar y estructurar ciertas inquietudes emocionales, es importante que se entienda la diferencia entre con una presencia real. Una IA todavía no puede interactuar desde una empatía auténtica, ni detectar matices afectivos o sostener en momentos cruciales. Podrá organizar, sugerir, aconsejar y responder desde patrones de datos; pero no tendrá un contexto emocional, ni tampoco percibir los silencios o el lenguaje no verbal.
Cabe mencionar que tampoco es eficiente ni segura para personas que estén atravesando patologías más severas, donde la experiencia de la relación interpersonal y la comprensión subjetiva propia del trabajo humano queda fuera de su alcance.
Además, el hecho de que estén disponibles las 24 horas y los 7 días a la semana, es contraproducente. Puede fomentar la relación de dependencia y aislamiento. Una terapia artificial puede generar gratificación inmediata, ser un consejero de apoyo o fuente de consuelo. Pero, a largo plazo, lo que parece gratis y accesible, puede volverse muy costoso.
Conclusiones: la IA no es un terapista
La llegada de la Inteligencia artificial ha irrumpido en nuestras vidas y lo hace para quedarse. Por lo que habilita un debate necesario y urgente sobre sus alcances y sus límites. No se trata de estar en contraposición con la tecnología, sino apelar a su uso y fines conscientes. En definitiva abrir un espacio para la reflexión desde la experiencia profesional.
Las IA crecen a pasos agigantados y sus aplicaciones van volviéndose parte del día a día. Por lo que, probablemente, este artículo quede obsoleto en la medida en que adquieran mayor autonomía y plasticidad.
Por lo tanto, y por el momento, no es recomendable su uso como sustituto de la psicoterapia humana. Debe apelarse al pensamiento crítico y a la información veraz. Las IA siguen en base experimental. Cometen errores, no ofrecen garantía de privacidad, ni protege los datos sensibles como lo haría un terapeuta que cuenta con matrícula, formación profesional, ética y deontología. Con lo que hoy, ningún software cuenta.
Sin embargo, desde un uso consciente, puede utilizarse como herramienta complementaria, en determinados contextos que no revistan de mayor gravedad y bajo criterio profesional. Pero no puede convertirse en un sustituto de terapia.
Pretender que la IA reemplace un proceso terapéutico entre personas es ignorar toda una historia de progreso y sacrificio humano. Y mientras el mundo de estos tiempos se enfrenta a la amenaza del creciente aislamiento social, es lícito apostar a fortalecer los vínculos reales, comenzando por no confiar hasta nuestra salud mental a una “máquina”.
Aún se cuenta con la potestad y responsabilidad de decidir cómo emplear estas herramientas para que no alteren negativamente nuestra forma de percibir y vivir el mundo, sin perder de vista la propia humanidad. Sería ingenuo ignorar que todo progreso tecnológico conlleva tanto oportunidades como riesgos.
Para que la IA, y en alusión a Prometeo, sea una herramienta que el ser humano sepa y pueda contener.